Cualquier voz crítica fue silenciada, calumniada, erradicada, perseguida, hasta enjuiciada. Las sanciones a los “delincuentes” que violaban la cuarentena se suceden mientras pequeños gobernantes y minúsculos policías se elevan a amo y señor de la vida de los ciudadanos y la Constitución Nacional y sus derechos y garantías valen menos que un rollo del peor papel higiénico, mientras los jueces corren a encerrarse. En solo unos meses, mediante la gestión de la OMS, los dueños de la misma lograron sumir a la población mundial en la desesperación y el terror ante una enfermedad que sigue mostrándose tan contagiosa como poco mortal.
Los réditos a los que aspiran ellos son, básicamente tres:
- Recoger beneficios inmediatos en la terrible crisis económica comprando países y recursos naturales a precio de ganga.
- Ser los amos de la vacuna mesiánica en la que confluyen negocios siderales con sospechosos mecanismos genéticos de consecuencias imprevisibles.
- Haber dado un primer paso hacia la instauración de un nuevo orden social, el mas despótico que hayamos conocido, en el que la religión legitimante del nuevo poder, el suyo, será la salud y su santidad la OMS ya consagrada por la depuración en la hoguera mediática y académica de los pocos herejes que aún quedan.
La OMS ha realizado, de este modo, el rol que le adjudicaron desde el principio quienes la privatizaron: ser la máscara para llevar adelante la mayor transformación y destrucción social de los tiempos modernos y fijar los cimientos de un nuevo ordenamiento de la sociedad. Transformación cruenta que no sólo Agamben la califica como una guerra civil encubierta y camuflada en la sanidad. En ese nuevo orden social el aislamiento, la mascarilla silenciadora y el encierro, el trabajo y la educación online, el control de la vida cotidiana, la vigilancia de gran hermano, el dinero virtual y la destrucción de cualquier vinculo de solidaridad humana serán los instrumentos para crear un ciudadano virtual, pasivo, monitoreado, individualizado, aislado y, sobre todo, disciplinado por el terror sanitario. Y, sobre cualquier objeción, cualquier opinión crítica, cualquier hereje caerá con todo su peso el derecho canónico-sanitario de la OMS y sus mandantes, publicado en forma de edicto en todos los medios hegemónicos a su disposición.
Ni Zamiatin ni Orwell, ni Aldous Huxley imaginaron algo así.
Sin embargo, este primer capítulo se está cerrando con la tarea cumplida apenas a medias. La gran resistencia social a las cuarentenas, la reticencia a las vacunas, la desconfianza generalizada hacia Gates y Cía, la OMS y los gobiernos serviles son indicativos de que la batalla está lejos de haber terminado mientras nuevos agrupamientos contestarios, jóvenes y rebeldes asumen en las ideas y en la calle la tarea de denunciar y combatir a la oligarquía globalista. La previsible deserción en esta lucha de la izquierda tradicional y el rol servil de los “progresismos” demuestra hasta qué punto fue llevada a cabo la cooptación de la oposición de “su majestad”, en un trabajo de zapa que lleva décadas. No obstante esta desaparición de las ideologías tradicionales como banderas de unidad y lucha en la guerra que se está iniciando, está dando lugar a lo nuevo y las grandes líneas de reagrupamiento de la resistencia irán definiendo una nueva identidad emancipadora. La “nueva normalidad” está lejos de haberse consolidado y es por eso mismo que necesita que los golpistas la proclamen como inevitable, irreversible e inminente y que procedan a establecer policías de la información para censurar la creciente expresión en las redes de la rebelión popular y a reprimir en las calles las protestas cada vez más multitudinarias.
Más allá de los innegables avances que han conseguido, la lucha esta en sus inicios. Y ellos han sufrido una gran baja, porque lo que sí parece haberse agotado y arrojado a la letrina de la historia es la legitimidad tanto de la OMS como de los gobiernos, especialmente los “progresistas”, que cumplieron el infame rol de sus alcahuetes litúrgicos. Entre ellos, claro, ocupan un rol destacado, con su récord mundial de cuarentenas, Alberto Fernández, Ginés y el Club de Asesores (¿o socios?) del Dr. Khan y los laboratorios.
Fuente: Resumen latinoamericano